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M. ROSA FONT n HUELVA.
Tiene que parar y tragar saliva de vez en cuando pero no le tiembla la voz cuando busca en la memoria la experiencia más dura de su vida. Trinidad ha olvidado pero no perdona. Es uno de los miles de homosexuales(*1) (violetas les llamaban entonces con el término menos cruel) que bajo el régimen franquista pasaron por los barracones hacinados y sucios de la vieja cárcel de Huelva por la aplicación de la llamada Ley de Peligrosidad Social.
"Mi nombre como hombre era Juan, pero no recurras al tópico, ¿vale?. Soy transexual". Su historia, la de entonces (hace más de 30 años), es una historia de humillaciones, acoso y vejaciones sin sentido. Trinidad tenía un alma gemela, su hermana (ya muerta), que nació como ella en un cuerpo de hombre con el que nos se identificaba ni se sentía cómoda. La dictadura le hizo pagar factura por sentirse diferente cuando las gemelas tenían 19 años.
Aquello fue en 1973 pero Trinidad recuerda ese domingo de mayo con una claridad sorprendente porque otros capítulos de aquel indeseable episodio los tiene guardados bajo llave. "Éramos las primeras transexuales de la época, todo un escándalo en aquellos años".
El escenario del comienzo de la historia fue un pueblo de Granada, Armilla. En compañía de su hermana gemela y de otras dos amigas fueron a celebrar una comunión a la que habían sido invitadas en casa de una amiga. Se sentían chicas y habían llevado ropa y pinturas de una hermana para vestirse de mujer y maquillarse.
Acababa de empezar la fiesta cuando comenzaron a aporrear la puerta: un agente de la Guardia Civil venía a quejarse del bullicio que se estaba produciendo en la casa. El guardia se percató del maquillaje y las reprendió porque le pareció excesivo por la edad que tenían. "Desde la inocencia -relata- le comentamos en el mismo momento que no éramos niñas, pero que aunque éramos niños nos gustaba ser mujer". Y fue entonces cuando escucharon por primera vez los insultos que les acompañaron durante mucho tiempo. "¡Maricones, invertidos y enfermos mentales!.
En un suspiro, la casa se llenó de guardias civiles (fueron enviadas cuatro parejas). Trinidad y sus amigas fueron detenidas, esposadas y trasladadas a pie desde la casa hasta el cuartel de la Guardia Civil, entre empujones, zarandeos y los mismos insultos que cuando confesaron sentirse chicas. En el informe, recuerda Trinidad, los agentes detallaron el color de pintura de los ojos, el que llevaban puesto en las uñas, la ropa... y las metieron directamente en el calabozo.
Las familias de las cuatro transexuales llegaron a la mañana siguiente y recibieron sugerencias de que tenían que poner a los chicos en tratamiento médico. La pesadilla sólo acababa de empezar.
A los tres días de la detención, la Guardia Civil llamó a Trinidad (y a sus acompañantes) para firmar un documento, por la supuesta falta que habían cometido. Las chicas acudieron acompañadas por una hermana. "Ese documento era la orden de ingreso en prisión, los firmamos sin que supiéramos nada. Nos engañaron -y ahora sí tiene que parar a tragar saliva- y no sólo a nosotras, a mucha, a mucha gente que incluso tenía estudios. Hoy hubiera tenido más picardía, pero en aquel momento... la inocencia nos impidió reaccionar".
Ni hubo juicio ni nada parecido, fue directamente a la cárcel, primero a la de Granada y poco después fue trasladada a una de las prisiones donde el régimen de Franco estaba concentrando a los homosexuales. "Me sentí engañada, dolida... me preguntaba una y otra vez porqué razón, no había cometido ningún delito, sólo me sentía mujer". Después de un mes en Granada, la metieron en un furgón con gente de todo tipo. "Aquí llegan más maricones" fue la presentación que Trinidad tuvo cuando llegó a Huelva.
Permaneció alrededor de cuatro meses en uno de los barracones destinados a "los pasivos", siendo objeto de vejaciones (verbales y físicas), sometida a interrogatorios y a un acoso permanente por su imagen de mujer. "Me tuve que echar un novio para tener protección y que no me hicieran nada", asegura.
La Ley de Peligrosidad Social que le aplicaron por su condición de homosexual la desterró de su ciudad, Granada.
En su documento de identidad figura como Trinidad Martín, el nombre que eligió para el resto de sus días como mujer. Pero tiene un segundo apodo, Marieta, con el que se le conoce en el mundo de la farándula en el que trabaja en Barcelona, y en casa la llaman María. Aunque afirma que vio el cielo abierto cuando salió de la cárcel de Huelva, cuando fue desterrada de Granada por la Ley de Peligrosidad Social se marchó a Mallorca y trabajó, y se enfrentó a una etapa nueva y dura para salir adelante, primero en la cocina de un hotel, luego como animadora hasta que dio el salto al mundo del espectáculo. Hoy, Trinidad tiene 54 años, se mueve entre las Islas Baleares y Barcelona y no tiene ni ganas de sentir rencor, entre otras cosas, porque es de las que piensa que el tiempo lo cura prácticamente todo. Nació en Granada en una familia numerosa de seis hermanos, dos chicos, dos chicas y las gemelas nacidas hombres con cabeza y sentimientos de mujer. La lucha que se está siguiendo en memoria de las personas que fueron objeto de represión en la dictadura de Franco es, para Trinidad, una victoria.
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(*1) En la dictadura de Franco tanto las transexuales y los homosexuales eran lo mismo, eran tratadas/os de la misma forma.