(Chile)Lanacion-.
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Vicente y su difícil camino para decidir transformar el cuerpo de mujer con que nació
Siempre hacía de papá cuando jugaba con sus amigos a la familia. Era una niña. Eso decía su cuerpo. Pero “ella” sólo quería ser un hombre. Después de años de huir de sí mismo se atrevió a asumir su verdad. Aquí nos cuenta la historia de su transformación y los pasos que dará para enfrentar a su familia, su empleador y al mundo.
Mi nombre es Vicente. Bueno, no exactamente. El nombre con el cual fui inscrito y está registrado en el Rol Único Tributario es otro. Un nombre femenino. Un nombre de mujer.
Seguramente estarán pensando en que fue un error del Registro Civil o alguna fatal desconcentración de mis padres. Ojalá hubiese sido así. La verdad es otra. Ésta es mi historia.
Soy un hombre encerrado en un cuerpo que le es ajeno, que no lo representa ni le hace feliz. De una constante lucha por aparentar algo que no es. De una persona que lleva esperando muchos años para iniciar un escape, que lentamente empieza a concretarse. Quizás parecida a la de otros. Quizás no. Ésta es la historia de un hombre transexual.
Mi secreto
Ser transexual no es una opción. No despiertas un día pensando: ‘¿Qué voy a hacer hoy? ¡Quiero cambiar de sexo!’. No es tan fácil. Es algo muchísimo más jodido y complejo que eso. Es algo con lo que naces. Es algo que eres, que llevas en la piel. Que vives minuto a minuto. Algo que respiras, piensas, caminas, sientes, amas, odias. Todo bajo la premisa de que nadie lo note.
Esa era la idea. Que nadie se diera cuenta. Recuerdo, por ejemplo, cuando era niño, a los 4 o 5 años , y me hacían la típica pregunta: ‘¿Qué quieres ser cuando seas grande?’. Respondía cualquier pelotudez, lo típico. Pero para mis adentros gritaba: ¡quiero ser hombre! A mis cortos años de vida ya me estaba anulando.
El príncipe infeliz
Siempre con mis primos jugábamos a la familia. Y el que las hacía de papá, por lo general, era yo. No sé por qué, pero era como obvio que tenía que serlo. Dicen que los niños son sabios. Seguramente era eso.
Cuando estaba en el colegio, cada vez que se requería una representación teatral yo era designado por mis compañeras como el príncipe. Siempre. Y eso a mí me fascinaba. Ser por unos momentos el hidalgo caballero que se quedaba con la princesa, era el escenario perfecto para mi ensoñación. Lástima que aquello era sólo por unos breves momentos.
En la adolescencia todo fue muchísimo más difícil. No pocas veces me sentí atraído por algunas amigas mías. No sólo sabía que aquello era imposible y que no debía ser, sino que me sentía miserable por tener que mostrarles una cara que no era la verdadera. Tener que ocultarles lo que realmente me estaba sucediendo. Por supuesto, en esa época jamás se me habría pasado por la mente tener algún tipo de avance con ellas. Mi mente me ordenaba todo lo contrario. Así es que me mordía las ganas y trataba de hacer como que todo estaba bien.
Asumí mi condición
Ahora tengo 26 años y hace aproximadamente cuatro, asumí mi condición e inicié un largo camino que me llevará a realizarme como ser humano. A encontrar por fin armonía. Dejar de sentir ese ruido interno constante entre mi interior y mi exterior. Entre lo que verdaderamente soy y lo que tengo que representar para el mundo. Porque en este continuo baile de máscaras he tenido necesariamente que vivir una doble vida. Una es el mundo laboral donde debo usar un disfraz cada día. La otra es donde me siento libre. Un espacio que hemos creado con otros hombres que sienten como yo, que han pasado por lo mismo y con quienes podemos compartir experiencias. En ellos, mi familia del alma, es donde he encontrado apoyo y comprensión. Son el único sitio en donde puedo ser realmente quien soy.
Pero no es fácil llegar a donde estoy ahora, con la película así de clara. Fueron años de huir de mí mismo. Todo el tiempo se me había enseñado que ciertas cosa que pensara o sintiera estaba mal y no debían ser. Bajo ese concepto viví 24 años. Hasta que un día desperté, sacudí mis prejuicios y me dispuse a andar.
Mis amigas jeringas
Desde hace un tiempo he iniciado mi fuga. Es un escape muy particular.Pretendo irme de un lugar que me ha albergado todos estos años y del cual estoy igualmente agradecido, pues ha diseñado mi personalidad y me ha hecho ser quien soy ahora. Pero es el momento de abandonar. Llegar donde he soñado toda mi vida.
Deberé recorrer un largo camino. El primer paso ya está dado. Hace pocos días me hice la evaluación psicológica, requisito para todos los procedimientos en adelante. Un respaldo que me ayudará a enfrentarme a mi familia y a mi empleador. La llave que abrirá una nueva vida. Hecho esto, el endocrinólogo es la próxima persona que interviene. Él analizará mi estructura física, la contrastará con exámenes de sangre y dará el visto bueno para comenzar el tratamiento hormonal.
Mi amigas jeringas, que me acompañarán de por vida, son las siguiente protagonistas. Dosis mensuales de testosterona harán su trabajo. Los cambios son drásticos y casi inmediatos. Los primeros meses son los más decidores. Se detiene la menstruación como primera consecuencia. El engrosamiento de la voz, el crecimiento de vello y ensanchamiento de músculos y contornos, viene luego. Pasado tres meses del uso de hormonas, estaré en condiciones de enfrentarme a las grandes operaciones que cerrarán una importante etapa: histerectomía y mastectomía. Mi útero, ovarios y glándulas mamarias en su totalidad serán extraídos. El camino se acorta desde este punto.
Las instancias finales son la demanda de cambio de nombre y sexo, más la construcción quirúrgica de un pene. Palabras mayores. Y lo digo así, porque en Chile no existe la experticia que se requiere, por tanto se deben buscar en los mejores lugares posibles, actualmente Canadá y Holanda. Aquello aún está por verse. Soñemos con que la ciencia avanzará rápido para nosotros, los transexuales, de aquí a unos años más.
Con el cambio de nombre legal y el reconocimiento ante la ley de este hombre 2.0, se termina el proceso. Vicente Gabriel caminará por las calles de este país sin tener que explicarle nada a nadie. Con la frente en alto. Feliz por fin.
Un solo pequeño gran detalle quedaría por resolver. El amor. Tan esquivo de pronto, tan mezquino a veces. Que improbable es encontrar a alguien que logre ver como realmente eres. Al menos, en mi caso, puedo decir que sé lo que es amar. Estuve enamorado una vez. Amé y fui amado. No sé si vuelva a amar de nuevo. No sé si la vida me tendrá preparada una persona. No lo sé. Si no, queda la satisfacción de pasar el resto de mi vida con la tranquilidad que te da el saber que dejaste de escapar. Que llegaste a destino. Que dejaste de caer.
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Vicente y su difícil camino para decidir transformar el cuerpo de mujer con que nació
Siempre hacía de papá cuando jugaba con sus amigos a la familia. Era una niña. Eso decía su cuerpo. Pero “ella” sólo quería ser un hombre. Después de años de huir de sí mismo se atrevió a asumir su verdad. Aquí nos cuenta la historia de su transformación y los pasos que dará para enfrentar a su familia, su empleador y al mundo.
Mi nombre es Vicente. Bueno, no exactamente. El nombre con el cual fui inscrito y está registrado en el Rol Único Tributario es otro. Un nombre femenino. Un nombre de mujer.
Seguramente estarán pensando en que fue un error del Registro Civil o alguna fatal desconcentración de mis padres. Ojalá hubiese sido así. La verdad es otra. Ésta es mi historia.
Soy un hombre encerrado en un cuerpo que le es ajeno, que no lo representa ni le hace feliz. De una constante lucha por aparentar algo que no es. De una persona que lleva esperando muchos años para iniciar un escape, que lentamente empieza a concretarse. Quizás parecida a la de otros. Quizás no. Ésta es la historia de un hombre transexual.
Mi secreto
Ser transexual no es una opción. No despiertas un día pensando: ‘¿Qué voy a hacer hoy? ¡Quiero cambiar de sexo!’. No es tan fácil. Es algo muchísimo más jodido y complejo que eso. Es algo con lo que naces. Es algo que eres, que llevas en la piel. Que vives minuto a minuto. Algo que respiras, piensas, caminas, sientes, amas, odias. Todo bajo la premisa de que nadie lo note.
Esa era la idea. Que nadie se diera cuenta. Recuerdo, por ejemplo, cuando era niño, a los 4 o 5 años , y me hacían la típica pregunta: ‘¿Qué quieres ser cuando seas grande?’. Respondía cualquier pelotudez, lo típico. Pero para mis adentros gritaba: ¡quiero ser hombre! A mis cortos años de vida ya me estaba anulando.
El príncipe infeliz
Siempre con mis primos jugábamos a la familia. Y el que las hacía de papá, por lo general, era yo. No sé por qué, pero era como obvio que tenía que serlo. Dicen que los niños son sabios. Seguramente era eso.
Cuando estaba en el colegio, cada vez que se requería una representación teatral yo era designado por mis compañeras como el príncipe. Siempre. Y eso a mí me fascinaba. Ser por unos momentos el hidalgo caballero que se quedaba con la princesa, era el escenario perfecto para mi ensoñación. Lástima que aquello era sólo por unos breves momentos.
En la adolescencia todo fue muchísimo más difícil. No pocas veces me sentí atraído por algunas amigas mías. No sólo sabía que aquello era imposible y que no debía ser, sino que me sentía miserable por tener que mostrarles una cara que no era la verdadera. Tener que ocultarles lo que realmente me estaba sucediendo. Por supuesto, en esa época jamás se me habría pasado por la mente tener algún tipo de avance con ellas. Mi mente me ordenaba todo lo contrario. Así es que me mordía las ganas y trataba de hacer como que todo estaba bien.
Asumí mi condición
Ahora tengo 26 años y hace aproximadamente cuatro, asumí mi condición e inicié un largo camino que me llevará a realizarme como ser humano. A encontrar por fin armonía. Dejar de sentir ese ruido interno constante entre mi interior y mi exterior. Entre lo que verdaderamente soy y lo que tengo que representar para el mundo. Porque en este continuo baile de máscaras he tenido necesariamente que vivir una doble vida. Una es el mundo laboral donde debo usar un disfraz cada día. La otra es donde me siento libre. Un espacio que hemos creado con otros hombres que sienten como yo, que han pasado por lo mismo y con quienes podemos compartir experiencias. En ellos, mi familia del alma, es donde he encontrado apoyo y comprensión. Son el único sitio en donde puedo ser realmente quien soy.
Pero no es fácil llegar a donde estoy ahora, con la película así de clara. Fueron años de huir de mí mismo. Todo el tiempo se me había enseñado que ciertas cosa que pensara o sintiera estaba mal y no debían ser. Bajo ese concepto viví 24 años. Hasta que un día desperté, sacudí mis prejuicios y me dispuse a andar.
Mis amigas jeringas
Desde hace un tiempo he iniciado mi fuga. Es un escape muy particular.Pretendo irme de un lugar que me ha albergado todos estos años y del cual estoy igualmente agradecido, pues ha diseñado mi personalidad y me ha hecho ser quien soy ahora. Pero es el momento de abandonar. Llegar donde he soñado toda mi vida.
Deberé recorrer un largo camino. El primer paso ya está dado. Hace pocos días me hice la evaluación psicológica, requisito para todos los procedimientos en adelante. Un respaldo que me ayudará a enfrentarme a mi familia y a mi empleador. La llave que abrirá una nueva vida. Hecho esto, el endocrinólogo es la próxima persona que interviene. Él analizará mi estructura física, la contrastará con exámenes de sangre y dará el visto bueno para comenzar el tratamiento hormonal.
Mi amigas jeringas, que me acompañarán de por vida, son las siguiente protagonistas. Dosis mensuales de testosterona harán su trabajo. Los cambios son drásticos y casi inmediatos. Los primeros meses son los más decidores. Se detiene la menstruación como primera consecuencia. El engrosamiento de la voz, el crecimiento de vello y ensanchamiento de músculos y contornos, viene luego. Pasado tres meses del uso de hormonas, estaré en condiciones de enfrentarme a las grandes operaciones que cerrarán una importante etapa: histerectomía y mastectomía. Mi útero, ovarios y glándulas mamarias en su totalidad serán extraídos. El camino se acorta desde este punto.
Las instancias finales son la demanda de cambio de nombre y sexo, más la construcción quirúrgica de un pene. Palabras mayores. Y lo digo así, porque en Chile no existe la experticia que se requiere, por tanto se deben buscar en los mejores lugares posibles, actualmente Canadá y Holanda. Aquello aún está por verse. Soñemos con que la ciencia avanzará rápido para nosotros, los transexuales, de aquí a unos años más.
Con el cambio de nombre legal y el reconocimiento ante la ley de este hombre 2.0, se termina el proceso. Vicente Gabriel caminará por las calles de este país sin tener que explicarle nada a nadie. Con la frente en alto. Feliz por fin.
Un solo pequeño gran detalle quedaría por resolver. El amor. Tan esquivo de pronto, tan mezquino a veces. Que improbable es encontrar a alguien que logre ver como realmente eres. Al menos, en mi caso, puedo decir que sé lo que es amar. Estuve enamorado una vez. Amé y fui amado. No sé si vuelva a amar de nuevo. No sé si la vida me tendrá preparada una persona. No lo sé. Si no, queda la satisfacción de pasar el resto de mi vida con la tranquilidad que te da el saber que dejaste de escapar. Que llegaste a destino. Que dejaste de caer.
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