Fuente: El Mundo (España)-.
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'Diana', pelos y señales
- Creía que iba a Tenerife de peluquera y fue obligada a ejercer la prostitución.
- El mismo día en que aterrizó fue forzada a 'trabajar' y violada ocho veces.
- Marginada por ser transexual en su país, hoy es testigo protegido.
Llegó a Tenerife a trabajar de peluquera y las tijeras cayeron al suelo con el canastillo nada más abrir la puerta.
En la casa no había rulos ni secador. No había espejos ni había laca. Recuerda ocho personas ajadas a la venta y esa luz ambiental que se pone en una explotación de gallinas ponedoras. Le dijo su amiga que tendría que pagar la mitad del dinero que ganara. Le enseñó su amiga el anuncio recién puesto con su nombre. Le dijo su amiga: "Tenemos que hablar, siéntate". Y le puso aquella sonrisa mellada de candado.
Terminó como un látigo la conversación con la que iba a compartir piso y cardado.
-No entiendo nada. ¿Qué es todo esto?
-Se trata, 'mamita', de que aquí tú vienes a trabajar de puta.
Tenía 27 años. Nunca había ejercido la prostitución. El primer día en España, en medio del jet lag y con el asa de la maleta aún tibia, la chica transexual fue violada ocho veces hasta el amanecer.
"Nada más llegar a la casa me empezó a presentar a un montón de gente. Me dijo que tendría que pagar 200 euros de alquiler, que de todo lo que sacara a diario le tenía que dar la mitad... Yo pensaba aún que me estaba hablando de la peluquería. Hasta que me enseñó el anuncio aquel".
La hemos bautizado como Diana en este reportaje porque detrás hay una testigo protegido que reventó una red de explotación sexual. Antes tuvo que morir y resucitar todos los días, cumplir mil deseos prohibidos y, zombie, recomponerse cada alborada con un recogedor.
"Se quedaron con el poco dinero que llevaba. Era la primera tarde en Tenerife y ella, que también es transexual, me puso a trabajar en el piso. El primer servicio fue traumático. Ella estaba delante para ver cómo me desempeñaba. A todos nos probaba antes de pasarnos a los clientes, y nos decía lo que les teníamos que hacer", recuerda con desgana.
"Casi no se comía ni se dormía. A cada momento estabas atendiendo a alguien. Nos echábamos en el balcón o detrás del lavadero para descansar. Quería que tomásemos drogas. Y les iba a preguntando a los clientes si las tomábamos o no. Yo aquel primer día no dormí. Pensaba que no podría haber nada peor. Y sí lo hubo, sí. Jornadas de hasta 30 servicios y más...".
La muñeca dio de sí tres semanas. Al cabo se deshinchó como un globo y salió escapada por la ventana, huyendo en zig zag.
Antes de los sueños de peluquera, fueron los sueños de princesa. Diana nació en un cuerpo de hombre. De la infancia evoca los juegos de niña y las palizas que le daba el padre a la madre, todo un policía zurrándole a una ama de casa delante de los tres hermanos. De la adolescencia se acuerda de aquella frase que le aplicó un profesor del instituto, como un bisturí al rojo vivo, cuando le fue con que le tiraban piedras en el patio y todo lo demás.
-Tienes que comportarse como un hombrecito, Antonio.
-No puedo, me siento mujer.
-Entonces aguántatela.
A los 14 años dejó los estudios para no oír frases de este grosor. De aquella crisálida salió una peluquera en femenino singular.
Aprendió a estar sola porque los camareros la echaban a ella y a sus amigas de las terrazas de los bares. Conoció a una pareja que enloquecía en alcohol y a un padrastro que murió de un disparo. Uno y otro se cruzaron. Fue el día en que el primero le estaba machacando celoso la cara a Diana contra una pared, y el segundo salió con la escopeta.
La cristalera de la peluquería era el balcón del mundo y desde allí no se veían más que cactus. En casa no había más ingresos que aquel y madre le animó a probar suerte lejos. La amiga que estaba en Tenerife le dijo que fuera allí, a su peluquería. Que con ella haría dinero.
"Ya no podía más, pero tenía miedo por lo que pudiera pasarme si me iba. Te sometía. Yo tenía un visado por seis meses y una compañera me alertó de que mi amiga quería quedarse con mis papeles. Un día la pillé registrando en mi maleta. Me iba a mandar a Alemania. Lloré y lloré de miedo. Lloraba cuando estaba a solas. Supe que era el momento de huir".
Al final tiró de la manta gracias a un trato. La denuncia a cambio de lograr la residencia. Dio nombres y direcciones. Contó y cantó. Diana: pelos y señales. Por la asociación Colegas la vieron llegar "cadavérica" y "desnortada" aquellos días en que salió de la hura, "con la imperiosa necesidad de relatar al detalle lo que le había pasado". La increíble historia de la chica que vino a cortar el pelo y salió esquilada.
Hoy vuelve a afilar las tijeras cuando se lo pide alguna amiga. Va a unos cursos de manualidades y de informática, por los que percibe 200 euros al mes. Y por lo demás vive de la caridad.
Nadie sabe de Diana ni en qué parte de España está ni dónde vive. Se mueve como una sombra. El fiscal y la abogada la llamaron hace poco, porque se acerca el juicio y ella ha tenido dudas.
Sin ti no tenemos nada. No nos falles. Tú eres la clave.
Ya ha dicho que acudirá.
En vez de esta novela de hampones, cautiverio y sangre seca en la almohada, a la madre de Diana le han contado una versión apta para mayores entre Sisi emperatriz y La Cenicienta.
Sabe que su niña llegó un 19 de noviembre de 2007 a Tenerife. Que estuvo trabajando de peluquera. Que ahora cuida a una señora mayor. Y que si no manda dinero es por la crisis, a ver.
Hasta hace poco estuvo viviendo en una residencia de religiosas Diana, quien no acaba de encontrar un zapatito de cristal que le encaje.
Le sacaba dos cabezas a esas hermanas sin hábito. Pero éstas se le ponían de puntillas igual, y le decían cosas que engordan de camino al comedor.
-Si te apetece, ven con nosotras a rezar.
-Gracias, hermana.
-No cambies. Eres muy valiente por lo que has hecho. Es admirable, Diana, admirable.
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'Diana', pelos y señales
- Creía que iba a Tenerife de peluquera y fue obligada a ejercer la prostitución.
- El mismo día en que aterrizó fue forzada a 'trabajar' y violada ocho veces.
- Marginada por ser transexual en su país, hoy es testigo protegido.
Llegó a Tenerife a trabajar de peluquera y las tijeras cayeron al suelo con el canastillo nada más abrir la puerta.
En la casa no había rulos ni secador. No había espejos ni había laca. Recuerda ocho personas ajadas a la venta y esa luz ambiental que se pone en una explotación de gallinas ponedoras. Le dijo su amiga que tendría que pagar la mitad del dinero que ganara. Le enseñó su amiga el anuncio recién puesto con su nombre. Le dijo su amiga: "Tenemos que hablar, siéntate". Y le puso aquella sonrisa mellada de candado.
Terminó como un látigo la conversación con la que iba a compartir piso y cardado.
-No entiendo nada. ¿Qué es todo esto?
-Se trata, 'mamita', de que aquí tú vienes a trabajar de puta.
Tenía 27 años. Nunca había ejercido la prostitución. El primer día en España, en medio del jet lag y con el asa de la maleta aún tibia, la chica transexual fue violada ocho veces hasta el amanecer.
"Nada más llegar a la casa me empezó a presentar a un montón de gente. Me dijo que tendría que pagar 200 euros de alquiler, que de todo lo que sacara a diario le tenía que dar la mitad... Yo pensaba aún que me estaba hablando de la peluquería. Hasta que me enseñó el anuncio aquel".
La hemos bautizado como Diana en este reportaje porque detrás hay una testigo protegido que reventó una red de explotación sexual. Antes tuvo que morir y resucitar todos los días, cumplir mil deseos prohibidos y, zombie, recomponerse cada alborada con un recogedor.
"Se quedaron con el poco dinero que llevaba. Era la primera tarde en Tenerife y ella, que también es transexual, me puso a trabajar en el piso. El primer servicio fue traumático. Ella estaba delante para ver cómo me desempeñaba. A todos nos probaba antes de pasarnos a los clientes, y nos decía lo que les teníamos que hacer", recuerda con desgana.
"Casi no se comía ni se dormía. A cada momento estabas atendiendo a alguien. Nos echábamos en el balcón o detrás del lavadero para descansar. Quería que tomásemos drogas. Y les iba a preguntando a los clientes si las tomábamos o no. Yo aquel primer día no dormí. Pensaba que no podría haber nada peor. Y sí lo hubo, sí. Jornadas de hasta 30 servicios y más...".
La muñeca dio de sí tres semanas. Al cabo se deshinchó como un globo y salió escapada por la ventana, huyendo en zig zag.
Antes de los sueños de peluquera, fueron los sueños de princesa. Diana nació en un cuerpo de hombre. De la infancia evoca los juegos de niña y las palizas que le daba el padre a la madre, todo un policía zurrándole a una ama de casa delante de los tres hermanos. De la adolescencia se acuerda de aquella frase que le aplicó un profesor del instituto, como un bisturí al rojo vivo, cuando le fue con que le tiraban piedras en el patio y todo lo demás.
-Tienes que comportarse como un hombrecito, Antonio.
-No puedo, me siento mujer.
-Entonces aguántatela.
A los 14 años dejó los estudios para no oír frases de este grosor. De aquella crisálida salió una peluquera en femenino singular.
Aprendió a estar sola porque los camareros la echaban a ella y a sus amigas de las terrazas de los bares. Conoció a una pareja que enloquecía en alcohol y a un padrastro que murió de un disparo. Uno y otro se cruzaron. Fue el día en que el primero le estaba machacando celoso la cara a Diana contra una pared, y el segundo salió con la escopeta.
La cristalera de la peluquería era el balcón del mundo y desde allí no se veían más que cactus. En casa no había más ingresos que aquel y madre le animó a probar suerte lejos. La amiga que estaba en Tenerife le dijo que fuera allí, a su peluquería. Que con ella haría dinero.
"Ya no podía más, pero tenía miedo por lo que pudiera pasarme si me iba. Te sometía. Yo tenía un visado por seis meses y una compañera me alertó de que mi amiga quería quedarse con mis papeles. Un día la pillé registrando en mi maleta. Me iba a mandar a Alemania. Lloré y lloré de miedo. Lloraba cuando estaba a solas. Supe que era el momento de huir".
Al final tiró de la manta gracias a un trato. La denuncia a cambio de lograr la residencia. Dio nombres y direcciones. Contó y cantó. Diana: pelos y señales. Por la asociación Colegas la vieron llegar "cadavérica" y "desnortada" aquellos días en que salió de la hura, "con la imperiosa necesidad de relatar al detalle lo que le había pasado". La increíble historia de la chica que vino a cortar el pelo y salió esquilada.
Hoy vuelve a afilar las tijeras cuando se lo pide alguna amiga. Va a unos cursos de manualidades y de informática, por los que percibe 200 euros al mes. Y por lo demás vive de la caridad.
Nadie sabe de Diana ni en qué parte de España está ni dónde vive. Se mueve como una sombra. El fiscal y la abogada la llamaron hace poco, porque se acerca el juicio y ella ha tenido dudas.
Sin ti no tenemos nada. No nos falles. Tú eres la clave.
Ya ha dicho que acudirá.
En vez de esta novela de hampones, cautiverio y sangre seca en la almohada, a la madre de Diana le han contado una versión apta para mayores entre Sisi emperatriz y La Cenicienta.
Sabe que su niña llegó un 19 de noviembre de 2007 a Tenerife. Que estuvo trabajando de peluquera. Que ahora cuida a una señora mayor. Y que si no manda dinero es por la crisis, a ver.
Hasta hace poco estuvo viviendo en una residencia de religiosas Diana, quien no acaba de encontrar un zapatito de cristal que le encaje.
Le sacaba dos cabezas a esas hermanas sin hábito. Pero éstas se le ponían de puntillas igual, y le decían cosas que engordan de camino al comedor.
-Si te apetece, ven con nosotras a rezar.
-Gracias, hermana.
-No cambies. Eres muy valiente por lo que has hecho. Es admirable, Diana, admirable.
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