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FEDERICO MARÍN BELLÓN-. Del armario iraní también se puede salir; lo verdaderamente difícil es aparecer después en una película y, sobre todo, estrenarla en aquel país. Amir siempre supo que era distinto, hasta que comprendió que necesitaba un cuerpo de mujer y a los 21 años se convirtió en Rima, como por arte de palíndromo (y con la ayuda, claro, de la cirugía). Lo más sorprendente es el atisbo de comprensión que muestran los líderes religiosos iraníes hacia los transexuales. El ayatolá Ruhollah Jomeini decretó cierta permisividad hace casi dos décadas y lo aceptó como el último recurso de aquellos incapaces de vivir encerrados en su género. Temerosa de haber quebrantado las leyes divinas, Rima consiguió incluso la bendición de un erudito islámico, a quien visitó en la ciudad de Qom, centro nacional de los clérigos chiíes. El Ministerio de Cultura y Guía Islámica, que no tiene fama de liderar los avances sociales, concedió a la joven cineasta Sharareh Attari el preceptivo permiso para que rodara un documental sobre la vida de Rima-Amir. Después de tres años de filmación, el Gobierno no tolera que se exhiba en público, «porque la sociedad tiene muchos prejuicios y no está lista para una película semejante. Eso sería demasiada provocación», argumentó un funcionario, según informa la agencia Dpa. Un religioso musulmán que había visto la película declaró a Al Yasira que «los transexuales no respetan a Dios y, por consiguiente, tampoco a sí mismos».
«A veces ocurre» dura 42 minutos y muestra a su protagonista hundida por las consecuencias de su cambio. No tiene nada que ver con las comedias «Las aventuras de Priscilla, reina del desierto» y «Transamérica». En cuanto Rima se mostró ante el mundo, después de una operación de nueve horas, su padre la abandonó, su madre empezó a espaciar sus visitas hasta dejar de verla y su hermana, la única en tolerar su decisión, prefirió evitarla para ahorrarse problemas con su marido. «Yo quería mostrar que la transexualidad no es una perversión sexual, sino una necesidad anatómica» asegura Attari, que lucha para que el público pueda ver su obra en Irán. Por el momento, se conforma con organizar algún pase privado ante escogidas audiencias en la Casa de los Artistas de Teherán.
Sharareh Attari habla en su película con otros transexuales. Shideh cuenta que una vez estaba llorando sin consuelo en su cama: «Mi padre vino, me vio sollozando y simplemente me ignoró y se fue». El progenitor de otro se ofrece a pagar la operación de su hijo, «siempre que después desaparezca y no volvamos a oír de él». Ni Kafka tuvo una relación así con su padre.
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FEDERICO MARÍN BELLÓN-. Del armario iraní también se puede salir; lo verdaderamente difícil es aparecer después en una película y, sobre todo, estrenarla en aquel país. Amir siempre supo que era distinto, hasta que comprendió que necesitaba un cuerpo de mujer y a los 21 años se convirtió en Rima, como por arte de palíndromo (y con la ayuda, claro, de la cirugía). Lo más sorprendente es el atisbo de comprensión que muestran los líderes religiosos iraníes hacia los transexuales. El ayatolá Ruhollah Jomeini decretó cierta permisividad hace casi dos décadas y lo aceptó como el último recurso de aquellos incapaces de vivir encerrados en su género. Temerosa de haber quebrantado las leyes divinas, Rima consiguió incluso la bendición de un erudito islámico, a quien visitó en la ciudad de Qom, centro nacional de los clérigos chiíes. El Ministerio de Cultura y Guía Islámica, que no tiene fama de liderar los avances sociales, concedió a la joven cineasta Sharareh Attari el preceptivo permiso para que rodara un documental sobre la vida de Rima-Amir. Después de tres años de filmación, el Gobierno no tolera que se exhiba en público, «porque la sociedad tiene muchos prejuicios y no está lista para una película semejante. Eso sería demasiada provocación», argumentó un funcionario, según informa la agencia Dpa. Un religioso musulmán que había visto la película declaró a Al Yasira que «los transexuales no respetan a Dios y, por consiguiente, tampoco a sí mismos».
«A veces ocurre» dura 42 minutos y muestra a su protagonista hundida por las consecuencias de su cambio. No tiene nada que ver con las comedias «Las aventuras de Priscilla, reina del desierto» y «Transamérica». En cuanto Rima se mostró ante el mundo, después de una operación de nueve horas, su padre la abandonó, su madre empezó a espaciar sus visitas hasta dejar de verla y su hermana, la única en tolerar su decisión, prefirió evitarla para ahorrarse problemas con su marido. «Yo quería mostrar que la transexualidad no es una perversión sexual, sino una necesidad anatómica» asegura Attari, que lucha para que el público pueda ver su obra en Irán. Por el momento, se conforma con organizar algún pase privado ante escogidas audiencias en la Casa de los Artistas de Teherán.
Sharareh Attari habla en su película con otros transexuales. Shideh cuenta que una vez estaba llorando sin consuelo en su cama: «Mi padre vino, me vio sollozando y simplemente me ignoró y se fue». El progenitor de otro se ofrece a pagar la operación de su hijo, «siempre que después desaparezca y no volvamos a oír de él». Ni Kafka tuvo una relación así con su padre.
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