El Universal-.
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Marginalidad y abstención: 2 de julio no se acaba
El 2 de julio desayuné con un amigo con quien durante meses debatí las campañas electorales. Juntos sopesamos las propuestas y desplantes de los candidatos y nos decidimos por uno. Para mi sorpresa, su primer comentario esa mañana fue:
- No pienso ir a votar.
- ¿Y eso?
- No me voy a prestar a esa farsa. Ya sabes que no creo en el sistema. Sólo me falta hacer el teatrito de que le tengo fe a un político. Todos son iguales. Me da lo mismo quién gane.
Lo he oído defender esa posición muchas veces, y los dos sabemos que las razones para "no creer en el sistema" son muchas, incluso irrebatibles. Hace meses argumenté que votar no implica tenerle fe a un candidato (¿alguien se imagina rezando bajo la fotografía de uno de ellos?), sino incidir, aunque sea mínimamente, en las decisiones que afectan el rumbo del país y nuestras vidas cotidianas. Pero él seguía, arrebatado de súbita elocuencia:
- ¿Alguno ha tomado una posición favorable al matrimonio gay? ¿Cuál garantiza el derecho al aborto? ¿La ley de identidad de género?
Quizá los lectores no se han dado cuenta, pero soy una santa. Sin perder la sonrisa le expliqué que esos asuntos son el punto débil de cualquier candidato de avanzada, pues si se arriesgara a sostener tales opiniones se convertiría en blanco de la histeria derechista, que lo acusaría de pervertir a la sociedad, matar bebés y seguramente estar enamorado de una cebra. Cortó un trozo de omelette con el gesto que ha de tener la estatua de la justicia, ciega y sorda a las necedades.
- No es que me quiera casar de blanco para formar parte de la burguesía bien pensante. No he dedicado treinta y tantos años de mi vida a la disidencia sexual para acabar defendiendo el matrimonio legítimo, aunque sea el matrimonio gay. Pero a mí esto de formar parte de la comunidad y comulgar los domingos, aunque sea en el altar de la democracia, me da urticaria.
Me pregunté si era mejor seguir discutiendo o tomar un sorbo de jugo de toronja. Opté por el jugo y cambié la conversación. No imaginé que el martes me llamaría desencajado:
- ¿Ya viste que va ganando Calderón? ¿Qué hacemos si gana la derecha?
Entre las cifras en las que nos hemos vuelto expertos en los últimos días destaca un 40% de abstencionismo. En otras palabras, la posición de mi amigo es la más fuerte. Este marginal es portavoz de la mayoría. Gente demasiado pura, exigente, desengañada, al punto que considerarlos un sector de opinión les parecería un insulto. Insinuar que podrían organizarse para promover una demanda hiere su convicción de ser únicos, aunque tantas veces sea una singularidad trágica, sobrellevada con heroísmo. De esa marginalidad surge una crítica aguda, indispensable para sobrevivir en este mundo, me contestarían si tuvieran la caridad de escucharme.
Incluso estoy de acuerdo y disfruto la visión del mundo desde los márgenes. Al mismo tiempo, vivo en la ciudad. Necesito la educación y la salud públicas, dependo de un gobierno que decide cómo combatir la violencia, si tolerar o no la agresión contra las mujeres. ¿Hasta dónde se excluyen los márgenes? ¿En qué elusivo punto esa visión crítica se convierte en una pasividad que nos afecta a todos, y en primer lugar a quienes la sostienen?
2006: más allá del voto
En 1981, el Movimiento de Liberación Homosexual (MLH) integró, en la tercera Marcha del Orgullo Gay, al Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México, al Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana y al Centro de Apoyo a las Mujeres Violadas.
La oradora del acto fue Rosario Ibarra de Piedra, a quien el MLH respaldó como candidata a la Presidencia de la República en 1982. En este mismo año, durante la Semana del Orgullo Gay, el MLH logró sumar para su causa a grupos como Fidelidad y Fraternidad Universal de Iglesias de la Comunidad Metropolitana.
Si bien se disuelve en 1984, el MHL -no obstante los altibajos de su actuación- fue una expresión de cómo la sociedad puede organizarse a sí misma. Mujeres y hombres homosexuales aglutinados en ese movimiento supieron actuar no sólo en el plano social y cultural promoviendo la identidad homosexual como una opción, organizando talleres de educación sexual, promoviendo el uso del condón y actividades artísticas, sino también supieron incursionar en el plano de la política electoral impulsando la bandera de un socialismo no sexista y un proyecto global que integrara a varios actores y sus intereses.
Ahora en 2006 se está urdiendo un movimiento con el hilo no sólo de la sospecha de fraude electoral, sino también con el de la injusta distribución de la riqueza, el de la discriminación social, el del rencor acumulado por las vejaciones sufridas y el desprecio con el cual muchos simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador han sido tratados históricamente.
Varios pasos más delante de la contienda electoral de 2006 aparece, sin embargo, la oportunidad de diseñar un programa incluyente, alejado de una política de identidades, la cual enfatiza las diferencias y confronta a los diversos actores sociales. Un programa de organización social y política que facilite la construcción de intereses en común podría articular a organizaciones sindicales y estudiantiles, a grupos de (hombres y mujeres) homosexuales y sexoservidoras, a científicos e intelectuales, abstencionistas electorales, a militantes de otros partidos, etcétera.
La presencia del MLH en el espacio público ligó abiertamente al cuerpo, a la sexualidad y al placer con el quehacer político de otros actores, incluyendo a aquellos que actuaban en el escenario electoral. Si ahora se pudiesen orientar los objetivos más acá y más allá de la defensa del voto y de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, se estaría gestando un movimiento social cuyos alcances de acción -potencialmente- podrían rebasar el ámbito electoral, hacia lugares donde la defensa de derechos sociales, económicos y culturales, exige el concurso de mucha gente y el compromiso de organizarse desde "abajo".
La Primera Dama es un colectivo integrado por: Vizania Amezcua, Ishtar Cardona, Alberto Chimal, Hazel Gloria Davenport, Adriana González Mateos, Saúl Gutiérrez, Noé Morales Muñoz y Cristina Rivera-Garza.
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Marginalidad y abstención: 2 de julio no se acaba
El 2 de julio desayuné con un amigo con quien durante meses debatí las campañas electorales. Juntos sopesamos las propuestas y desplantes de los candidatos y nos decidimos por uno. Para mi sorpresa, su primer comentario esa mañana fue:
- No pienso ir a votar.
- ¿Y eso?
- No me voy a prestar a esa farsa. Ya sabes que no creo en el sistema. Sólo me falta hacer el teatrito de que le tengo fe a un político. Todos son iguales. Me da lo mismo quién gane.
Lo he oído defender esa posición muchas veces, y los dos sabemos que las razones para "no creer en el sistema" son muchas, incluso irrebatibles. Hace meses argumenté que votar no implica tenerle fe a un candidato (¿alguien se imagina rezando bajo la fotografía de uno de ellos?), sino incidir, aunque sea mínimamente, en las decisiones que afectan el rumbo del país y nuestras vidas cotidianas. Pero él seguía, arrebatado de súbita elocuencia:
- ¿Alguno ha tomado una posición favorable al matrimonio gay? ¿Cuál garantiza el derecho al aborto? ¿La ley de identidad de género?
Quizá los lectores no se han dado cuenta, pero soy una santa. Sin perder la sonrisa le expliqué que esos asuntos son el punto débil de cualquier candidato de avanzada, pues si se arriesgara a sostener tales opiniones se convertiría en blanco de la histeria derechista, que lo acusaría de pervertir a la sociedad, matar bebés y seguramente estar enamorado de una cebra. Cortó un trozo de omelette con el gesto que ha de tener la estatua de la justicia, ciega y sorda a las necedades.
- No es que me quiera casar de blanco para formar parte de la burguesía bien pensante. No he dedicado treinta y tantos años de mi vida a la disidencia sexual para acabar defendiendo el matrimonio legítimo, aunque sea el matrimonio gay. Pero a mí esto de formar parte de la comunidad y comulgar los domingos, aunque sea en el altar de la democracia, me da urticaria.
Me pregunté si era mejor seguir discutiendo o tomar un sorbo de jugo de toronja. Opté por el jugo y cambié la conversación. No imaginé que el martes me llamaría desencajado:
- ¿Ya viste que va ganando Calderón? ¿Qué hacemos si gana la derecha?
Entre las cifras en las que nos hemos vuelto expertos en los últimos días destaca un 40% de abstencionismo. En otras palabras, la posición de mi amigo es la más fuerte. Este marginal es portavoz de la mayoría. Gente demasiado pura, exigente, desengañada, al punto que considerarlos un sector de opinión les parecería un insulto. Insinuar que podrían organizarse para promover una demanda hiere su convicción de ser únicos, aunque tantas veces sea una singularidad trágica, sobrellevada con heroísmo. De esa marginalidad surge una crítica aguda, indispensable para sobrevivir en este mundo, me contestarían si tuvieran la caridad de escucharme.
Incluso estoy de acuerdo y disfruto la visión del mundo desde los márgenes. Al mismo tiempo, vivo en la ciudad. Necesito la educación y la salud públicas, dependo de un gobierno que decide cómo combatir la violencia, si tolerar o no la agresión contra las mujeres. ¿Hasta dónde se excluyen los márgenes? ¿En qué elusivo punto esa visión crítica se convierte en una pasividad que nos afecta a todos, y en primer lugar a quienes la sostienen?
2006: más allá del voto
En 1981, el Movimiento de Liberación Homosexual (MLH) integró, en la tercera Marcha del Orgullo Gay, al Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México, al Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana y al Centro de Apoyo a las Mujeres Violadas.
La oradora del acto fue Rosario Ibarra de Piedra, a quien el MLH respaldó como candidata a la Presidencia de la República en 1982. En este mismo año, durante la Semana del Orgullo Gay, el MLH logró sumar para su causa a grupos como Fidelidad y Fraternidad Universal de Iglesias de la Comunidad Metropolitana.
Si bien se disuelve en 1984, el MHL -no obstante los altibajos de su actuación- fue una expresión de cómo la sociedad puede organizarse a sí misma. Mujeres y hombres homosexuales aglutinados en ese movimiento supieron actuar no sólo en el plano social y cultural promoviendo la identidad homosexual como una opción, organizando talleres de educación sexual, promoviendo el uso del condón y actividades artísticas, sino también supieron incursionar en el plano de la política electoral impulsando la bandera de un socialismo no sexista y un proyecto global que integrara a varios actores y sus intereses.
Ahora en 2006 se está urdiendo un movimiento con el hilo no sólo de la sospecha de fraude electoral, sino también con el de la injusta distribución de la riqueza, el de la discriminación social, el del rencor acumulado por las vejaciones sufridas y el desprecio con el cual muchos simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador han sido tratados históricamente.
Varios pasos más delante de la contienda electoral de 2006 aparece, sin embargo, la oportunidad de diseñar un programa incluyente, alejado de una política de identidades, la cual enfatiza las diferencias y confronta a los diversos actores sociales. Un programa de organización social y política que facilite la construcción de intereses en común podría articular a organizaciones sindicales y estudiantiles, a grupos de (hombres y mujeres) homosexuales y sexoservidoras, a científicos e intelectuales, abstencionistas electorales, a militantes de otros partidos, etcétera.
La presencia del MLH en el espacio público ligó abiertamente al cuerpo, a la sexualidad y al placer con el quehacer político de otros actores, incluyendo a aquellos que actuaban en el escenario electoral. Si ahora se pudiesen orientar los objetivos más acá y más allá de la defensa del voto y de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, se estaría gestando un movimiento social cuyos alcances de acción -potencialmente- podrían rebasar el ámbito electoral, hacia lugares donde la defensa de derechos sociales, económicos y culturales, exige el concurso de mucha gente y el compromiso de organizarse desde "abajo".
La Primera Dama es un colectivo integrado por: Vizania Amezcua, Ishtar Cardona, Alberto Chimal, Hazel Gloria Davenport, Adriana González Mateos, Saúl Gutiérrez, Noé Morales Muñoz y Cristina Rivera-Garza.
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