Encuentro este relato de Cristal, por la Web, su relato personal me sobrecoge, es la razón por la que aquí la expongo, la vida de una mujer en Cuba, su vida a sido y es muy dura, pero aun así, nos demuestra, que mientras una reconozca ante si misma y el mundo quien es, Cristal, nos muestra, su optimismo.
Extraído de Caminos, escrito por Dalia Acosta/SEM-Cuba.
29/Nov/2005 La vida cambia cuando cae la noche. Cristal viste su falda de mezclilla bien corta, peina su pelo con esmero, maquilla su rostro como pocas saben hacerlo, se pone un par de altos tacones y sale a la calle a desafiar al mundo.
“Entonces no hay quien diga que nací hombre. Esa es mi cuota diaria de felicidad. Me gusta sentirme así…mujer”, confiesa a SEM en la sede del Centro Provincial de Prevención de Infecciones de Transmisión Sexual y Sida, en la occidental provincia de Pinar del Río, donde colabora como promotora de salud. La aceptan como es y puede ser ella misma. Mucho tuvo que pasar para llegar hasta aquí. Desde el instante en que descubrió que se sentía bien vistiéndose de mujer, siendo mujer en cuerpo y alma, asumió también que “hay cosas en la vida que sólo se pueden hacer con mucha dignidad y orgullo. “Me dije ‘quiero hacer esto pase lo que pase’ y tomé el rumbo que debía tomar. Tenía que ser lo que yo sentía”, afirma.
Ahora, cuando entra al aula del curso de superación integral, una forma de terminar y continuar estudios, respira profundo y sigue adelante: “Todos los días es una guerra distinta. No me aceptan en las actividades, no puedo ponerme aretes, pintarme las uñas o usar hebilla para recogerme el pelo. Pero yo ahí, si quieren que me vaya tienen que botarme”.
Como tantos travestis y transexuales, Cristal se vio un día en la calle, sin un techo para dormir y ningún familiar dispuesto a aceptarlo. “Pueblo chiquito, infierno grande”, dicen en Cuba, y justo en un infierno se convirtió para Cristal la ciudad occidental de Pinar del Río, a 140 kilómetros de La Habana.
“Mi madre y mi padre se divorciaron y yo me crié con mi abuela. Ella tenía un carácter muy fuerte, creo que por ahí salí a ella, pero se enorgullecía de ser muy ‘antipájara’, no podía con los homosexuales. No me dejó entrar al preuniversitario porque decía que iba a perder mi hombría”, cuenta Cristal.
Para la abuela “todo el mundo era un homosexual o bandido” y podía pervertir a su nieto. Cuando tuvo su primera relación con un hombre, a los 16 años, la abuela la botó de la casa. “Él era un médico y me maltrataba. La relación no pasó de los seis meses y mi abuela me recibió de vuelta. Fue una locura. No quería que me vistiera de mujer y me vi de nuevo en la calle”.
Pasó el tiempo, la casa de la familia quedó en manos de la madre de Cristal y su hermano, y las cosas fueron de mal en peor. “Mi tío era un dolor de cabeza; me golpeaba todo el tiempo. Tenía 17 años el día que me prohibió volver a la casa y yo iba de todas formas, pero tenía miedo de que si él me veía le hiciera daño a mi madre”.
Entonces asumió definitivamente su identidad y empezó a trabajar en espectáculos de travestis que proliferaban de manera semiclandestina, subterránea.
“Imagínate lo que es vivir en la calle. No me dejaban entrar en ninguna parte, no me dejaban trabajar ni estudiar. ¿Qué hacía? Tuve que coger la calle, andaba tirado por ahí, tratando de buscarme la vida. Lo mismo me prostituía que me iba para La Habana a buscar cosas para revender aquí”. El día que su padre se enteró de que su hijo era travesti fue a buscarlo machete en mano.
“Me llevó para un parque y lo menos que me dijo era que debía tirarme delante de un tren, que lo mejor que hacía era morirme, que iba a buscar un negro que me desbaratara por dentro. Y mira cómo es la vida: a los dos años volvimos a hablarnos y me aceptó como soy”.
Así fue hasta el día del diagnóstico. Cuando supo que era portador del virus de inmunodeficiencia humana (VIH, causante del sida), Cristal cayó en un estado depresivo tan profundo que quiso morir y, de hecho, intentó suicidarse. Sin embargo, por paradójico que parezca, el VIH lo salvó.
“Pasé el curso para promotores de salud entre hombres que tienen sexo con otros hombres y hace tres años que soy promotor de salud. Entendí la enfermedad, empecé a mirar las cosas de otra manera, a aceptarme a mí mismo, a no pensar que la vida se acabó para mi…todo lo contrario”.
Y en el día a día encontró el amor. “Es un muchacho de 22 años, mulato, promotor de salud, no es seropositivo. A él le gustan los travestis y me dice que si las parejas heterosexuales andan por la calle de la mano y se dan besos, las homosexuales tienen el mismo derecho”.
Así y todo, aunque estudie, sea un activista voluntario en la lucha contra el sida y tenga una pareja estable, la vida cotidiana sigue marcada por el fuerte rechazo social, la exclusión y el desconocimiento y falta de información sobre la diversidad sexual existente en la isla.
En Pinar del Río, como en otras regiones de Cuba, es fácil encontrar incluso personas homosexuales que expresan abiertamente su rechazo a travestis y transexuales porque no entienden la necesidad que “tiene un hombre de llegar al extremo de querer vestirse como una mujer”, refiere Cristal. “En la calle, todos los días y a toda hora, sientes el rechazo de hombres y mujeres. Nos gritan cosas, nos tiran botellas y jabas de basura, pasan en bicicleta y nos suben o bajan la falda…A veces nos ponemos agresivas, la cosa termina en pelea y, por supuesto, somos las culpables”, afirma.
Y añade que los insultos, burlas y amenazas vienen también de la policía. “Estás en una esquina hablando, vienen y te dicen que ahí no puedes estar, porque si pasa un turista extranjero qué va a pensar…Ni que no hubiera travestis en todos los países”.
Cristal sueña con trabajar en un cabaret, vestida de mujer, declamando poemas de amor y doblando canciones. Quizás, si hubiera podido estudiar y su vida hubiera sido diferente, ahora estaría trabajando en un teatro, en un centro de belleza o en un hospital como enfermero o médico. Nadie sabe.
“Me gustaría vivir como soy, sin que me estén señalando, aborreciendo o rechazando. Estar en paz con mi mamá, tener un lugar fijo donde vivir y no andar deambulando por la calle con mi pareja, ayudar a la gente a aceptar mi enfermedad y a tener valor para enfrentar a la sociedad”.
Confía en que el sida tendrá cura, en los muchos años que aún le quedan por vivir y en su más viejo sueño. “Me gustaría sentirme completamente mujer, no vivir más a pedacitos, no conformarme más con la imagen. Sentir que verdaderamente soy una mujer”.
Identidad diversa
Como en la Calle Real de Pinar del Río, los sitios de afluencia de travestis, transexuales y transformistas pueden encontrarse también en La Habana y en cualquier ciudad importante de esta isla caribeña. Un estudio de las psicólogas Janet Mesa y Diley Hernández, publicado por la revista cultural Temas, asegura que estas personas podrían estar construyendo un nuevo grupo de identidad social en Cuba.
“La identidad nacional aparece vivida en estos sujetos desde el conflicto de sentirse orgullosos de ser cubanos, y al mismo tiempo, de no encontrar un lugar dentro de la sociedad”, afirman las especialistas y destacan que “el ser cubano tiene fuertes implicaciones” sociales, económicas y culturales y esto contribuye a “la conformación de una identidad muy diferente a la de otras personas en otros lugares del mundo y culturas”.
“Transformistas, travestis y transexuales: un grupo de identidad social en la Cuba de hoy” es el título de la investigación que incluyó entrevistas en más de una ocasión a 19 personas, entre 1998 y 2003. Independientemente de su autoclasificación, todas comparten la exigencia de querer “dar mujer” como norma grupal.
“Dar mujer” significa lograr una imagen lo más femenina posible. El fracaso en este empeño “puede implicar la sanción del grupo, materializada en la burla, la crítica y, por último, el rechazo”, añade el estudio y destaca que a la censura dentro de su propio grupo, o de la comunidad homosexual, se suma la marginación social que enfrenta la mayoría. Estas personas viven “bajo un discurso homofóbico y machista que celebra cualquier manifestación de repudio” contra ellas y que “justifica que los derechos y espacios individuales sean violados para salvaguardar una posición viril”, afirma el texto.
Entre las características comunes a todas, la investigación encontró el bajo nivel cultural asociado al temprano abandono de los estudios, sobre todo en la adolescencia cuando la definición sexual provoca el rechazo del grupo escolar. El estudio halló también que “aun cuando en la esfera laboral no existe, legalmente, prohibición para el empleo de estas personas, les es casi imposible encontrar un puesto de trabajo”.
“Los estereotipos sociales consideran inaceptable el empleo de un hombre vestido de mujer”, asegura. Así, la mayoría trabaja como artistas o peluqueras en negocios particulares, se siente frustrada profesionalmente, tiene una economía “inestable”, habita viviendas en muy mal estado y comparte pequeños espacios con muchas personas de bajo nivel cultural.
Marginalidad y violencia
A veces la prostitución se convierte en la única opción de vida. La marginalidad las hace vulnerables al sida y a la violencia de parte de sus parejas, muchas veces hombres heterosexuales. Así lo demuestra un estudio de Ada C. Alfonso y Mayra Rodríguez, especialistas del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), a partir de la experiencia de un grupo de jóvenes travestis, de cuatro ciudades del país, quienes se formaron como promotores para prevenir el VIH-Sida.
De acuerdo con sus observaciones, el maltrato psicológico se manifiesta en una gran variedad de actos, como las amenazas de abandono, las relaciones heterosexuales de noviazgo que los travestis deben aceptar de sus parejas, las descalificaciones frecuentes, el aislamiento y hasta las prohibiciones a participar en actividades culturales o de “la farándula”.
Las bofetadas, las golpizas y los empujones son, según los propios entrevistados, las formas de violencia física que más han padecido, “tanto de sus parejas como de los miembros más cercanos de sus familias”, apuntan las especialistas.
Un proyecto del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) promueve una mayor comprensión social de la diversidad sexual y, desde hace años, apoya a transexuales cubanos en las gestiones legales para lograr un cambio de identidad. Transexuales y travestis no tienen acceso a implantes o cirugías estéticas y, por el momento, el sistema cubano de salud pública no incluye la operación de adecuación sexual.
Extraído de Caminos, escrito por Dalia Acosta/SEM-Cuba.
29/Nov/2005 La vida cambia cuando cae la noche. Cristal viste su falda de mezclilla bien corta, peina su pelo con esmero, maquilla su rostro como pocas saben hacerlo, se pone un par de altos tacones y sale a la calle a desafiar al mundo.
“Entonces no hay quien diga que nací hombre. Esa es mi cuota diaria de felicidad. Me gusta sentirme así…mujer”, confiesa a SEM en la sede del Centro Provincial de Prevención de Infecciones de Transmisión Sexual y Sida, en la occidental provincia de Pinar del Río, donde colabora como promotora de salud. La aceptan como es y puede ser ella misma. Mucho tuvo que pasar para llegar hasta aquí. Desde el instante en que descubrió que se sentía bien vistiéndose de mujer, siendo mujer en cuerpo y alma, asumió también que “hay cosas en la vida que sólo se pueden hacer con mucha dignidad y orgullo. “Me dije ‘quiero hacer esto pase lo que pase’ y tomé el rumbo que debía tomar. Tenía que ser lo que yo sentía”, afirma.
Ahora, cuando entra al aula del curso de superación integral, una forma de terminar y continuar estudios, respira profundo y sigue adelante: “Todos los días es una guerra distinta. No me aceptan en las actividades, no puedo ponerme aretes, pintarme las uñas o usar hebilla para recogerme el pelo. Pero yo ahí, si quieren que me vaya tienen que botarme”.
Como tantos travestis y transexuales, Cristal se vio un día en la calle, sin un techo para dormir y ningún familiar dispuesto a aceptarlo. “Pueblo chiquito, infierno grande”, dicen en Cuba, y justo en un infierno se convirtió para Cristal la ciudad occidental de Pinar del Río, a 140 kilómetros de La Habana.
“Mi madre y mi padre se divorciaron y yo me crié con mi abuela. Ella tenía un carácter muy fuerte, creo que por ahí salí a ella, pero se enorgullecía de ser muy ‘antipájara’, no podía con los homosexuales. No me dejó entrar al preuniversitario porque decía que iba a perder mi hombría”, cuenta Cristal.
Para la abuela “todo el mundo era un homosexual o bandido” y podía pervertir a su nieto. Cuando tuvo su primera relación con un hombre, a los 16 años, la abuela la botó de la casa. “Él era un médico y me maltrataba. La relación no pasó de los seis meses y mi abuela me recibió de vuelta. Fue una locura. No quería que me vistiera de mujer y me vi de nuevo en la calle”.
Pasó el tiempo, la casa de la familia quedó en manos de la madre de Cristal y su hermano, y las cosas fueron de mal en peor. “Mi tío era un dolor de cabeza; me golpeaba todo el tiempo. Tenía 17 años el día que me prohibió volver a la casa y yo iba de todas formas, pero tenía miedo de que si él me veía le hiciera daño a mi madre”.
Entonces asumió definitivamente su identidad y empezó a trabajar en espectáculos de travestis que proliferaban de manera semiclandestina, subterránea.
“Imagínate lo que es vivir en la calle. No me dejaban entrar en ninguna parte, no me dejaban trabajar ni estudiar. ¿Qué hacía? Tuve que coger la calle, andaba tirado por ahí, tratando de buscarme la vida. Lo mismo me prostituía que me iba para La Habana a buscar cosas para revender aquí”. El día que su padre se enteró de que su hijo era travesti fue a buscarlo machete en mano.
“Me llevó para un parque y lo menos que me dijo era que debía tirarme delante de un tren, que lo mejor que hacía era morirme, que iba a buscar un negro que me desbaratara por dentro. Y mira cómo es la vida: a los dos años volvimos a hablarnos y me aceptó como soy”.
Así fue hasta el día del diagnóstico. Cuando supo que era portador del virus de inmunodeficiencia humana (VIH, causante del sida), Cristal cayó en un estado depresivo tan profundo que quiso morir y, de hecho, intentó suicidarse. Sin embargo, por paradójico que parezca, el VIH lo salvó.
“Pasé el curso para promotores de salud entre hombres que tienen sexo con otros hombres y hace tres años que soy promotor de salud. Entendí la enfermedad, empecé a mirar las cosas de otra manera, a aceptarme a mí mismo, a no pensar que la vida se acabó para mi…todo lo contrario”.
Y en el día a día encontró el amor. “Es un muchacho de 22 años, mulato, promotor de salud, no es seropositivo. A él le gustan los travestis y me dice que si las parejas heterosexuales andan por la calle de la mano y se dan besos, las homosexuales tienen el mismo derecho”.
Así y todo, aunque estudie, sea un activista voluntario en la lucha contra el sida y tenga una pareja estable, la vida cotidiana sigue marcada por el fuerte rechazo social, la exclusión y el desconocimiento y falta de información sobre la diversidad sexual existente en la isla.
En Pinar del Río, como en otras regiones de Cuba, es fácil encontrar incluso personas homosexuales que expresan abiertamente su rechazo a travestis y transexuales porque no entienden la necesidad que “tiene un hombre de llegar al extremo de querer vestirse como una mujer”, refiere Cristal. “En la calle, todos los días y a toda hora, sientes el rechazo de hombres y mujeres. Nos gritan cosas, nos tiran botellas y jabas de basura, pasan en bicicleta y nos suben o bajan la falda…A veces nos ponemos agresivas, la cosa termina en pelea y, por supuesto, somos las culpables”, afirma.
Y añade que los insultos, burlas y amenazas vienen también de la policía. “Estás en una esquina hablando, vienen y te dicen que ahí no puedes estar, porque si pasa un turista extranjero qué va a pensar…Ni que no hubiera travestis en todos los países”.
Cristal sueña con trabajar en un cabaret, vestida de mujer, declamando poemas de amor y doblando canciones. Quizás, si hubiera podido estudiar y su vida hubiera sido diferente, ahora estaría trabajando en un teatro, en un centro de belleza o en un hospital como enfermero o médico. Nadie sabe.
“Me gustaría vivir como soy, sin que me estén señalando, aborreciendo o rechazando. Estar en paz con mi mamá, tener un lugar fijo donde vivir y no andar deambulando por la calle con mi pareja, ayudar a la gente a aceptar mi enfermedad y a tener valor para enfrentar a la sociedad”.
Confía en que el sida tendrá cura, en los muchos años que aún le quedan por vivir y en su más viejo sueño. “Me gustaría sentirme completamente mujer, no vivir más a pedacitos, no conformarme más con la imagen. Sentir que verdaderamente soy una mujer”.
Identidad diversa
Como en la Calle Real de Pinar del Río, los sitios de afluencia de travestis, transexuales y transformistas pueden encontrarse también en La Habana y en cualquier ciudad importante de esta isla caribeña. Un estudio de las psicólogas Janet Mesa y Diley Hernández, publicado por la revista cultural Temas, asegura que estas personas podrían estar construyendo un nuevo grupo de identidad social en Cuba.
“La identidad nacional aparece vivida en estos sujetos desde el conflicto de sentirse orgullosos de ser cubanos, y al mismo tiempo, de no encontrar un lugar dentro de la sociedad”, afirman las especialistas y destacan que “el ser cubano tiene fuertes implicaciones” sociales, económicas y culturales y esto contribuye a “la conformación de una identidad muy diferente a la de otras personas en otros lugares del mundo y culturas”.
“Transformistas, travestis y transexuales: un grupo de identidad social en la Cuba de hoy” es el título de la investigación que incluyó entrevistas en más de una ocasión a 19 personas, entre 1998 y 2003. Independientemente de su autoclasificación, todas comparten la exigencia de querer “dar mujer” como norma grupal.
“Dar mujer” significa lograr una imagen lo más femenina posible. El fracaso en este empeño “puede implicar la sanción del grupo, materializada en la burla, la crítica y, por último, el rechazo”, añade el estudio y destaca que a la censura dentro de su propio grupo, o de la comunidad homosexual, se suma la marginación social que enfrenta la mayoría. Estas personas viven “bajo un discurso homofóbico y machista que celebra cualquier manifestación de repudio” contra ellas y que “justifica que los derechos y espacios individuales sean violados para salvaguardar una posición viril”, afirma el texto.
Entre las características comunes a todas, la investigación encontró el bajo nivel cultural asociado al temprano abandono de los estudios, sobre todo en la adolescencia cuando la definición sexual provoca el rechazo del grupo escolar. El estudio halló también que “aun cuando en la esfera laboral no existe, legalmente, prohibición para el empleo de estas personas, les es casi imposible encontrar un puesto de trabajo”.
“Los estereotipos sociales consideran inaceptable el empleo de un hombre vestido de mujer”, asegura. Así, la mayoría trabaja como artistas o peluqueras en negocios particulares, se siente frustrada profesionalmente, tiene una economía “inestable”, habita viviendas en muy mal estado y comparte pequeños espacios con muchas personas de bajo nivel cultural.
Marginalidad y violencia
A veces la prostitución se convierte en la única opción de vida. La marginalidad las hace vulnerables al sida y a la violencia de parte de sus parejas, muchas veces hombres heterosexuales. Así lo demuestra un estudio de Ada C. Alfonso y Mayra Rodríguez, especialistas del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), a partir de la experiencia de un grupo de jóvenes travestis, de cuatro ciudades del país, quienes se formaron como promotores para prevenir el VIH-Sida.
De acuerdo con sus observaciones, el maltrato psicológico se manifiesta en una gran variedad de actos, como las amenazas de abandono, las relaciones heterosexuales de noviazgo que los travestis deben aceptar de sus parejas, las descalificaciones frecuentes, el aislamiento y hasta las prohibiciones a participar en actividades culturales o de “la farándula”.
Las bofetadas, las golpizas y los empujones son, según los propios entrevistados, las formas de violencia física que más han padecido, “tanto de sus parejas como de los miembros más cercanos de sus familias”, apuntan las especialistas.
Un proyecto del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) promueve una mayor comprensión social de la diversidad sexual y, desde hace años, apoya a transexuales cubanos en las gestiones legales para lograr un cambio de identidad. Transexuales y travestis no tienen acceso a implantes o cirugías estéticas y, por el momento, el sistema cubano de salud pública no incluye la operación de adecuación sexual.
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